Autor: Jeffrey Mendieta
Fotografía: Jimmy Mendieta
Yo recuerdo cuando era niño mi familia campaba en la Playa de Casares que queda a 30 minutos manejando de Diriamba. Tenía como 4 años con pelo de color rubio, piel blanca, ojos café claro, una barriguita redonda y patitas delgaditas. Teníamos un lugarsito especial llamada «La Posita». Así la llamábamos porque habían unas rocas que formaban naturalment una especie de picinita donde podíamos bañarnos sin peligro.
Solo como a 100 piés de distancia de «La Posita» Papa Raul, mi abuelo, tenía una casita de mar de cual era dueño y que tenía un par de cuartos pequeños, una cocína con solo lo essencial y un espacio pequeño para sentarse. La casita de mar era construida de ladrillos grandes de concreto y cementados. Las ventanas eran hechas de varillas de metal cada una de media pulgada gruesa y puestas verticalmente, similar a lo que se encuentran en una cárcel. No tenían vidrio. La malloría de las varillas estaban oxidadas por la humedad salada de la brisa del mar. El piso era hecho de ladrillos de cerámica pero no puedo recordar su color. Las puertas eran hechas de madera ya vieja y bien gastada tanto que era apenas suficientemente fuerte para mantener a otros fuera de la casíta aún cuando enllavada.
Nosotros teníamos una casa de campaña donde mi hermano Jimmy, mi hermana Jamie y mis padres, Jimmy y Jessie, dormíamos en las noches y siestas. Mis tíos, Raul y Fidel, y sus familias nos acompañaban. Ellos dormían en la casita con mis abuelos.
Mi recuerdo favorito es de las noches. Mi tío Fidel nos hacía un tipo de lanza construida de un palo de escoba común y dos clavos largos ajustados en la punta del palo de escoba con mecate en posición paralela del uno al otro. Nos daba uno a cada niño y luego nos manda a casar cangrejos en la playa. A esta hora la noche está oscura, la hora cuando los cangrejos más grandes salían de sus hoyos en la arena. Caminábamos la playa para arriba y para bajo con nuestras lanzas y lámparas de mano buscando los cangrejos más grandes. Habían tantos corriendo a nuestro alrededor que fruequentemente uno que otro corría sobre nuestros pies descalsos. Era sufficient para hacerte brincar de susto si no estabas acostumbrado.
Mientras tanto los adultos construían una fogata en la playa, traían sus guitaras, cantaban, tomaban sus tragitos, chismeaban, bromeaban y simplement tenían, lo que a mí me parecía, el tiempo más feliz de sus vidas. Antes de terminar la noche los casadores de cangrejos llegaban triunfadores con un par de bolsas llenas de cangrejos grandes, perfectos para cocinar una sopa de cangrejos que se serviría para la sena del día siguiente. [JGM]
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